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7 17 $ 152 LA PERLA DE LA HABANA tual en la hora crítica de sus apuros, por efecto del con= tenido en los papeles; le mandó por obediencia que lan= zase lo tomado y la admirable esclava de la obediencia lo lanzó inmediatamente, recogiéndose enteros varios alfileres. En este punto hemos de advertir que todos los fenóme- nos que en ella tuvieron lugar estaban sometidos en absoluto a la acción de la obediencia... Estando extática bastaba la imposición solamente ¿interna de la autoridad mandándola volver en sí para volver con la mayor natu- ralidad, cual si un resorte oculto pusiese en movimiento sus miembros. Se comprobó esto en varias ocasionesy no cabía la menor duda a la Abadesa, de ser prontamen- te obedecida. Era talsu amor a la obediencia, que prefería perder todo, hata la reputación (que le importaba un ardite), y colocarse como blanco de juicios muy adversos, como le ocurría al prestarse con mucho gusto a obedecer a con- fesores que le probaron con exceso, si cabe, pero cierta- mente con tenacidad y no con gran acierto (*). Difícil es tocar este punto sin acordarse de algunas historias que ándan muy a luz en las obras de Santa Tesesa de Jesús. Son raros los confesores que 'reúnen las condiciones que exige la dirección del espíritu. No sin gran conocimiento del tema decia San Gregorio: «Ars artium regimen ani- marum», que es arte de artes la dirección y gobierno de las almas, Ni cabe exigir a todos los confesores la pru= dencia, ciencia y experiencia que para tal desempeño (1) Al decir esto no queremos formular queja concreta contra nadie. Todos estamos sujetos a estos achaques y desaciertos, ni sería de humildes y cuerdos parapetarse en su tenacidad y julcio particular en asunto de tanta monta. Léase la vida de Santa Teresa de Jesús y veráse que ni ella misma daba a todos sus confesores la misma garantía de acierto.
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