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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 151 Temíase al principio que no pudiera soportar su austeri- dad a causa de la debilidad, pero ella se lo pidió a Dios y dice una de las cronistas del convento que ninguna la observó mejor que ella. Cuando los enemigos le quitaban las sandalias y otras cosas para impedirle acudir al coro, adelantábase sin nada a cumplir su deber. El martirio más fiero para ella era el tener que singularizarse por mandato de la obediencia. Aun sabiendo que la esperaba alguna buena acometida de los enemigos si iba a tal o cual parte, si la obediencia se lo indicaba, acudía sin va- cilar; así le ocurrió cuando, por buscar el velo que le ha- bía quitado, fué lanzada escalera abajo, resultando con la fractura de dos costillas. Podía estar en el acto más devoto y tierno, como el de la oración o del oficio; si la obediencia le ordenaba salir- se, no dudaba un punto, y a veces le aconteció presen= társele el demonio en forma de Abadesa, o de otra reli- giosa, cuando más fervorosa se hallaba, y decirle que saliese del coro, y marcharse con la sencillez de niña detrás de la fingida monja, a llevarse una buena mano de palos. Habían traido de la farmacia una botella de veneno para una necesidad de una enferma. No recordamos la naturaleza del líquido corrosivo, pero había advertido el mozo del despacho que se tuviese cuidado con él, pues su acción tóxica era activisima. El enemigo tomó el traje fingido de una monja y se lo presentó a Sor María para que lo bebiese. La obediente Sierva de Dios bebió impertérrita el líquido por hacer la indicación de la men- tida religiosa. Por milagro se libró de la muerte, tras de inmensos dolores de estómago y vómitos. En cierta ocasión en que de la misma suerte le hicieron tragar un papel y dos medallas, llegó el Director espiri-

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