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e id Y 5 ciar ie 150 LA PERLA DE LA HABANA a alimentar el propio querer? Lo que era en casa, éralo también en la iglesia con los confesores; pero donde la obediencia ciega, absoluta y omnímoda, brilló con todos los matices y colores de la perfección, fué durante su vida religiosa. a Había heredado del Seráfico Padre, aquel espiritu dis- puesto a obedecer a la última novicia. Antes de consa- grarse a Dios por los votos religiosos, obedecía pronta- mente a cualquiera que la ordenase cosa que ella pudiera hacer. Recuérdese la prontitud con que se sometió a la indicación del sacristán de las monjitas, el día mismo en que lleg5 a Plasencia, y en cosa tan dura y penosa para ella. Aunque favorecida por Dios con tan admirables dones, siempre «uspiró a someterse en todo con infantil inocen- cia, como San Francisco de Asís, su gran Padre y maestro lo ejecutaba, con Angel de Rieti (*). Esta pron- titud en someterse a todo con esa sencillez infantil y seráfica, es un don del cielo; así lo declaró el mismo Serafín de Asís antes de morir: Recibí del cielo, dijo, sobre todas las demás, esta gracia, la de obedecer a un novicio de una hora si me le diesen por guardián, con aquella misma sumisión que al más antiguo de mis reli- giosos» (*). Y este don lo llevó muy en el alma, como engarce precioso entre todas las virtudes, nuestra ilustre biografíada. Recojamos algunas espiguitas de prueba en el gran campo de su prodigiosa vida espiritual. La primera obediencia de la religiosa es debida a la regla, la cual la guardaba con una fidelidad extremada. () Cherance, cap. XIT, pág. 356. () Loco cit. p. 357. acia il sódd

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