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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 149 Dos especies de actos caen bajo el dominio de la obe- diencia: los de la vida externa y los de la vida interior; en ambos casos, la regla infalible es la sujeción. No ne- gamos que es costosa dicha sujeción. S. Gregorio ha di- cho, con exquisita exactitud, que gl renunciar los bienes es mucho, pero que es mucho más el renunciarse a si mismo. En el voto de la pobreza se nos manda que renuncie- mos lo nuestro; en el de la obediencia que renunciemos el yo, a nosotros mismos (*). La renuncia debe abarcar las dos vidas, la exterior e interior, a fin de que sea base de la perfección y de la santidad. La una nos somete a los superiores, y la otra a los directores; y ambas a dos nos someten a Dios, de quien les viene a los que nos go- biernan la autoridad de mando y de dirección. Nosotros hemos podido apreciar ya el espíritu de obe- diencia de Sor María Ana. Todo su gozo era hacer la voluntad ajena; sin embargo, sufría horriblemente cuan- do tenía que descubrir las maravillas del alma, por man- dato de la autoridad. 1 A los cinco años se le murió su madre y a poco quedó en poder y bajo el gobierno de su hermana mayor doña Candelaria Castro de Batista. Su testimonio acerca de la obediencia absoluta de Angelita, es contundente: «En la obediencia, fué siempre modelo, dice; estaba per- fectamente sometida a mi voluntad, haciendo siempre lo que creía de mi agrado» (*). ¿Qué niña podía ser me- recedora de un elogio semejante, en medio de las como- didades de una casa bien provista, donde todo convidaba (*) 8. Greg., Homil. 22, su Evang. (2) Carta al P. J. Yagile, 15 de mayo de 1906.

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