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XVI LA PERLA DE LA HABANA nas que respirasen frescura de idilio, de suavidades de poema místico. Es un grano de arena que aportamos a la obra de su rehabilitación y glorificación..... Para nos- otros Sor María Ana es un eslabón de la aurífera cadena de los santos de la Orden seráfica. No prevenimos el juicio de la Silla Apostólica; emiti- mos una opinión que esperamos corroborar con hechos y que sometemos siempre a la solemne sanción de la Iglesia. La corriente actual obedece a direcciones doctrinarias derivadas del naturalismo. No se presenta nada en el terreno sobrenatural que no se quiera vaciar en el tro- quel de los telépatas, de los prisioneros de neurosis, cuya localización aun se ignora. Apenas se oye una voz que revele a un santo, cuando lo conceptuamos, por instinto casi, entre los enfermos de histerismo o entre los suges- tionados. Será, decimos, uno de esos neuropáticos o te- lepáticos a quienes la delicadeza innata o adquirida de un sistema nervioso ha dotado de una segunda visión, como los célebres sonámbulos o las rehabilitadas por las maravillas del hipnotismo. Nos inclinamos a negar toda manifestación sobrenatural; la santidad nos parece cosa punto menos que imposible, y aunque no se llegue a ne- gar la posibilidad, porque no está agotado el poder de la gracia; pero fácilmente se llega a la negación de hechos, rechazando, como por sistema, todo lo que revista carác- ter transcendente. Bien está no apresurarse en la formu- lación de juicios afirmativos en asunto de tanta monta. La bistoria, que es la madre de la ciencia, registra datos no despreciables para andar con tiento y con prudente cautela en este asunto. Fr. Luis de Granada y Fenelón sufrieron desvanecimientos y engaños que la teología mística recoge y expone como faro de precaución en los

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