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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 145 reza y como castigo, sino como caritativa prudencia y sabia misericordia... Cuanto más grande fué ia pureza de Sor María Anita, más firme estaba en su nada y en la necesidad de ocultarse por completo de la exhi'vición.., Dios, que obra todo con suavidad y fortaleza, ahondó los fundamentos de la humildad en su Sierva en aquellos combates en que estuvo sometida al poder de la carne y del demonió. Pero desde que la victoria coronó sus sie= nes, la blanca azucena atraía con sus perfumes la admir ración de los espíritus celestiales. Sor María Ana era tan casta como humilde y tan humilde como casta, Un hecho final nos acabará de demostrar la hermosu- ra del alma purísima de la Sierva del Altísimo. En cierto día habían acudido una buena porción de abejas a una celda donde una religiosa trabajaba en bas- tidor... No era posible lanzarlas al campo... Ni la reli- riosa (otra abejita del trabajo) ni la Madre Abadesa ha- llaban modo de deshacerse de ellas. Cansada al fin, ex- clamó la Prelada: «Marchaos, abejas, en nombre de la pureza de Sor Maria Ana», ¡Santo remedio!; al mo- mento desfilaron por la ventana sin quedarse una sola (*), Acabemos este capítulo con un hecho también prodi> gioso en favor de su admirable pureza... Era el año de gracia 1903, en el día de la Encarnación del Verbo di- vino... Después de comulgar subió Sor María Ana al coro alto, acompañada de la Madre Abadesa... Arroba- da en amor sacramental y sintiendo en su pecho los la= tidos de aquel Esposo de pureza..., en alta elevada con= templación quedó extática... Lo que ocurriría entre aquella esposa purísima y aquel purísimo Esposo que acababa de llegar a su corazón, no lo sabemos. Mas de (4) Rels manuscrita del conyento.

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