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144 LA PERLA DE LA HABANA que iba a venir pronto el retrato en cuestión. En efecto, el día siguiente lo devolvió el buen P. Yagie, y sin que aun se sepa cómo llegó a poder de la Sierva de Dios tan venerado objeto y de sus manos al fuego..... La hu- mildad profundísima que como ya veremos poseía, la obligó a hacer este auto de fe con su imagen, como S antaño lo había practicado con sus regalos y objetos de | lujo. el Gracias a Dios, aunque desapareció el retrato donde se verificó el prodigio, se conservan copias que antes del auto de Sor María Ana se sacaron (*). A AI Ir 1: Aquella casta alma que, por conservar intacta una pu- | h. reza inmaculada, obraba siempre lo más. puro y perfecto, L concertando lo interior y exterior, el cuerpo y el alma, la voluntad y la inteligencia, el corazón y la imagina- 4 ción, el sentimiento y todos los sentidos corporales... te- il nía su fortaleza allí donde se oculta esa virtud tan ex- puesta y tan frágil: la humildad. im Ciertamente, no hay virtud más expuesta a la presun= ción; como que la castidad brota de la actividad de todas las potencias; como que la castidad intacta es la virtud del hombre completo; como ella sola nos asemeja a los ángeles del cielo y es el honor más grande y el más : bello ornamento que puede tener una mujer, por eso las expone a una presunción peligrosa. Precisamente para impedir que caigamos en ese peligro, abandonando la humildad, Dios nos envía tantas tentaciones, no por du- (1) Fué el mismo P. Yagie, sq se nos comunica, quien, al tener en su poder el retrato aludido, juzgó conveniente reprodu- cirlo. De estas reproducciones del citado Padre se sacaron otras nuevas, perpetuándose en todas el efecto del fenómeno prodigioso.

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