BCCPAM000R09-1-20000000000000

140 LA PERLA DE La HABANA Dios quiso glorificarla de esta manera, a semejanza del angélico Doctor (*). Il Toda la vida poseyó pureza sin tacha, virginidad in= maculada y estaba custodiada de ángeles desde el seno materno; pero desde esta hora su curazón era un cielo. Su amor a la pureza la indujo a practicar voto de cus- tidad a la temprana edad de nueve años. Cuando todavía la Fosa de su amor parecía encerrada en capullo delicado, el lirio blanquísimo de su corazón exhala tan rico aroma de castidad. No lo extrañaránjnuestros lectores si paran mientes en que Sor María Ana estaba llamada a ser objeto de las maravillas más grandes que pueden suponerse en el or- den espiritual. Su espíritu erá todo angélico... No se trata de un ideal poético, de un deseo piadoso; se trata de una realidad que nadie podía admirar mejor que los que por la misericordia de Dios la conocimos de cerca... El mun* do puede dudarlo si quiere. He aquí, sin embargo, algo que sirve para convencerle... Ello es una prueba del po- der de Jesucristo, su esposo de sangre, y de la santidad de su alma... El cristianismo y los claustros religiosos en especial, pueden gloriarse de haber albergado sujetos que, siendo ancianos, todavía (*) eran niños, para valernos de una frase de Tertuliano; pero pocas veces ocurren fenó- menos como los que tenemos que registrar todavía. Acuérdese el lector de aquellas palabras de cierto Padre Jesuita, que también la confesaba a veces en la Habana, que dice así: «El nombre de María de los Angeles le vie- () Thoco, Vita 8. Thom. Aquin., 2-11... . 42),. Tert., Apol. 1-15,

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz