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SOR MARÍA ANA DE JESÚS xv prueba de la ineptitud o de la malicia del hombre; pero la posterior glorificación de la guerrera ilustre fué una prueba del poder de la Providencia de Dios (*). Se ha dicho que los santos se ven mejor de lejos que de cerca. Para conocerlos bien es preciso o pulsar su al- ma o alejarse gran trecho. La proximidad los oculta; la lontananza los muestra. En nublados de prevenciones y de recelos se oculta la verdad bajo los negros velos de la pasión. Pero la verdad y la virtud, como un sol de viví- simos fuegos, va luchando y desvaneciendo el vapor de las nubes preñadas de agua, y campea y se enseñorea, al fin, de la tierra. De la misma suerte, en el orden mo- ral, detrás de la lucha contra las pasiones y prevencio- nes, amanece Febo derramando los haces de su esplen- dente cabellera sobre las inteligencias aletargadas o enfundadas en la negación. Por ese estado de lucha pa= saron Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y la recluida Juliana de Norwido de espíritu verdaderamente benedictino. Esperamos, pues, que la historia verídica de Sor María Ana de Jesús llegará a desvanecer algunas dudas y su alma se enseñoreará de los espíritus armados de esa crítica acerba, pero nada prudente, aunque que- ramos reconocer en ellos la sinceridad de que a veces alardean. Para eso escribimos este libro, sin pretensio- nes de ningún género en el orden literario. Se ha dicho que la muerte de un santo es como la sa- cudida de un vaso lleno de perfumes que, apenas roto, se derrama y esparce por todas partes en suavidad y fragancia. Así creemos habrá de resultar este relato y para eso ponemos manos y corazón en este trabajo. Qui- siéramos envolver la figura de Sor María Anita en pági- (*) En nuestro caso el fondo de la contradicción fué más un ges- to de sorpresa que otra cosa.

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