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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 137 prender el mérito de la castidad, cuando tanto honor prestaba a las vestales... La sabiduria política romana había confiado a ellas la seguridad del Estado (*'). Ha- ¡lábanse encargadas de velar por la salvación pública (*). Toda violencia ejercida contra una de aquellas virgenes teníase como una amenaza de ruina general, que se creía no poder conjurarse, como no fuerá mediante los mayo- res sacrificios (*). ¿Pero hay siquiera la menor semejanza entre la casti- dad de aquellas famosas'vestales y nuestras virgenes del Señor? Raro era que voluntariamente se diera una joven para llenar las funciones oficiales; y el privilegio que el gran Pontífice tenía de poder escogerlas en donde bien le pa- reciese, en cualquiera familia, mirábase como un poder arbitrario terrible. En la familia cristiana se dan estas flores de la castidad en unas condiciones bien extrañas. A veces, en los hogares mejor acariciados por la for- tuna y por la suerte brotan las vírgenes que se esconden en el claustro y viven con voto de castidad por un acto espontáneo y rigurosamente libre; de suerte que el acto de prometer castidad, si careció de la libertad nece- saria, queda nulo y de ningún valor religioso. Empero, no solamente son libres estos actos, sino que, en casos como el de nuestra angelical Sor María Ana, vienen acompañados de un esplendor tan celestial y divino, que dudaríamos que fuese criatura en carne de barro a no ver- la con los ojos. A tal punto de fuerza supo elevar el voto glorioso de la castidad. (9 Cicer. pro Fonterio, 20. Symmachi, Relatio ad Imp. (2) Cicer. Philipp., XI-10. (%) Livio XX11-386. Plutar. Judit, non 83.
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