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136 LA PERLA DE LA HABANA Tal es, empero, el imperio que ejerce la carne en el alma, que S. Pablo mismo deseaba soltarla de la pesa- dumbre de su yugo pecador... Ya Marco Aurelio consi- deró el cuerpo como carga que el alma apenas puede llevar... Su inclinación a la sensualidad ofrece a las vír- genes del Señor motivos constantes de merecimientos en la lucha contra las pasiones... La inclinación a la sensualidad que en nosotros reina no es ciertamente pe- cado (*), pero es un fuerte elemento de combate y ene- miga de la pureza virginal. Queremos aquí llamar la atención sobre una herejía reciente... Sobre la teoría absurda de que la inclinación a lasensualidad esel pecado. Como nopodía evitarse eso han deducido que no hay que inquietarse por los instintos sensuales, sino que se pueden dejar que sigan sin temor su camino, porque nada hay que hacer contra la natura- leza (*). p : No, la doctrina católica y el instinto de pureza de las almas grandes se oponen a eso. Es preciso contrariar esas inclinacionos sensuales; es preciso matar el hombre viejo para revestirse del nuevo en Jesucristo. Por eso nuestra ilustre Sor María Ana temblaba al menor asomo de sensualidad y mortificaba su pura carne con instru-= mentos de rigor para transfigurarla en Cristo con el her- mosisimo don de la pureza... La antigúedad se sometió a la esclavitud de la carne, no sólo de buen grado, sino hasta con alegría (?); pero la antigúiedad no conoció a Jesucristo, al Esposo de las virgenes. Sin embargo, la antigúedad no dejó de com- (1) Conc. Trid. Sess. 55, Gotti Theol. Vl, 264 y sig. (2) Dezinger Euchiridion, núm. 1128 y siguientes. Terzago Theo!l. hist. myst., 191 y sig. (*) Terent. Andr, 1, 1-50.
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