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j 134 LA PERLA DE LA HABANA cedemonia. No es, precisamente, la fuerza y valor mate- rial lo que debe contribuir al ornamento de la mujer. Hablamos de la fortaleza casta de una Inés y de otras compañeras suyas... Esa fortaleza de las virtudes inte- riores que embellecen el alma con el casto y” pudoroso manto de la pureza. La gracia es un elemento transformador... Hace fuer- tes a los débiles y valientes a los más cobardes... Jesu- cristo, el autor de la gracia, es nuestra fortaleza y nues- tro ornamento... Cuando apareció en-la tierra y nos enseñó sus caminos de luz y de amor, pudo decir el apóstol: «Cada uno de vosotros se ha hecho una criatura nueva; las cosas viejas ya pasaron» (*). Se ha suavizado la rudeza de la virtud del hombre sin que se haya perju- dicado a su fortaleza, y se ha fortalecido la debilidad de la mujer sin perder su dulzura y mansedumbre. Una de las manifestaciones más admirables de la fur- taleza espiritual de la mujer es la castidad, virtud de los ángeles y flor de los corazones puros inflamados de amor € Pe rt ci al sacrificio. Para hablar de la pureza de Sor María Ana, era pre- ciso ser un serafín, Amábala tanto que, por conservarla incólume, se hubiera sometido con gusto a todos los tor= mentos del infierno... Con ella solamente podía haber ulcanzado la libertad de espíritu que necesitala poseer para comunicarse íntimamente con Dios... Es induda- ble; no hay limpieza de vista intelectual, ni libertad de alma, mientras no se halle libre de las influencias de la carne... Para obtenerla se practica en la religión el voto de castidad. Podemos asegurar que entre todos los tres, éste atraía (1) Car. V, 17. E it SEAT NN ic It

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