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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 131 al redimirnos, fundó un reino de las almas... de éstas hace una separación misericordiosa y privilegiada por la vocación... y luego realiza la ornamentación espiri- tual por medio de las grandes virtudes que acompañan al cumplimiento de los santos votos. Ni creamos que este trabajo de ornamentación se hace sin dificultades... Sería locura afirmar que al realizar los tres votos quedan anegadas en el mar todas las pasio- nes... Sería locura predicar como una religión de suavi- dades el cumplimiento de los deheres del claustro o del estado religioso. No es fácil expulsar de las venas la san- gre corrompida de Adán y abrirse camino hasta la vida eterna. El mismo S. Pablo decía con tristeza: «¡Des- graciado de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo mortal?» (*). Cerremos ya este capitulo volviendo la mirada a la Sierva de Dios, que estará, al escribir estos renglones, embebida en la delicia del cielo, transfigurada por el mérito obtenido por medio de su profesión religiosa y del cumplimiento fidelisimo de sus votos hechos con tan- to amor y entusiasmo. Supo distinguir lo precioso de lo vil (2) hasta que su vida se tornó de mayor precio que el oro purificado por el fuego (*). Fué ella probada por Dios a la manera que la plata se prueba por el fuego, y el oro en el crisol (*); pero llegó el momento deseado y pronun- ció, como se ha dicho, los solemnes juramentos religio- sos... No cesó, por eso, la persecución del enemigo. Fué sólo un triunfo parcial, aunque glorioso, cuyo final y (1) Rom. VII, 21. (2) Jerem. XV, 19. () Petr. VII, 7. (%) Prov. XVII, 3.

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