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XIV LA PERLA DE LA HABANA que refutar, por fortuna, victoriosamente, las erróneas acusaciones de M. Simeón Luc contra la Doncella de Orleans. Mientras los jueces de Ruan llevaban a cabo la escena del Cementerio de Sains Ouen, Gerson, en un hermoso libro, y el obispo de Embruun Santiago Gelu se declaraban, con absoluto convencimiento, en favor de la Virgen de Domremy. Las misteriosas voces que la li- bertadora de Orleans oía y que han sido reputadas de brujeríos por Thalames y Anatole France se hallan vin- dicadas y probadas, como obras de la intervención so- brenatural, en el más elocuente de los apologistas de Juana de Arco, Andrés Long. Este ilustre escritor, aun- que protestante, ha reconocido a la luz de la historia la verdad de las cosas y ha registrado hasta 64 errores his- tóricos en el solo primer tomo Anatole France. Yo deseo vivamente que una pluma erudita y bien cortada tome por su cuenta el poner a la luz plena los hechos ocurridos en el convento de Plasencia durante la vida, y aun después de la muerte, de Sor María Anita de Jesús. No extraño la aberración de los hombres; optimi homines homines tamen. Pero es preciso dejar paso al rayo de luz y que la vida e historia de Sor María Ana sea cantada por poetas y artistas cual se merece, como Schiller y Delavique can- taron a Juana de Arco, y Verdi y Balfe y Romberg glo- rificaron, en trozos de música gallarda y de dulcísimos arpegios, el recuerdo ultrajado por jueces parciales de la heroína de Francia. No podemos pasar por alto, al tocar este asunto, que la condenación pronunciada por el obis- po de Beauvais Couchon, Juan de Beanpare, Nicolás Midy, Pedro Maurice, canónigo de Rouen, y Nicolás Loyssélen, canónigo Chartres y hasta el religioso Jaco- bo Touraine, fué, en el caso de Juana de Arco, una

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