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125 SOR MARÍA ANA DE JESÚS jan se perderán, mas yo hallo mi bien en estar unido con Dios, en poner en el Señor mi esperanza» (!). He aquí los motivos por los que las almas llamadas por Dios a vida de más perfección dejan todo cuanto tienen y abandonan la casa paterna y se unen completamen- te a Dios por medio de los votos religiosos. ¿Qué pecado religioso ni social hay en esto? Pero la sagrada Escritura señala una contradicción grandísima, un abismo profundisimo entre el espíritu de Dios y el del mundo... El mundo, aficionado a lo mate- rial y terreno, se une, ata y liga de mil modos compro= metidos a lo perecedero... El espíritu de Dios enamora= do de lo real y perdurable, fija la mirada en el cielo, se une y obliga a Dios con los votos de obediencia, pobreza y castidad. No es posible un acomodamiento entre estas tendencias encontradas. Mientras las almas religiosas se dedican a la práctica de tan sublimes ideales, en el mun- do, según nos lo pinta uno de sus poetas, de la mañana a la noche, en días de fiesta y de trabajo, todos, patricios y plebeyos, se agitan en el foro sin salir nunca de él. To- dos se han entregado a una sola y misma ocupación: en- gañar con destreza, combatir con astucia, luchar con perfidia, fingir honradez, tenderse mutuamente lazos y convertirse en enemigos los unos de los otros (*). ¿Cuál de estas dos conductas convienen al hombre? ¿Cuál es más racional y cuerda? Si la astucia, el disimu- lo y la destreza, para logra constituye el punto de partida en la conducta del mun- do..., no dejará de ser un campo de intestinas luchas, de rencorosos encuentros, de enemistades profundas... ¡Ah, sus propios fines materiales, (1) Psal. XXTIL-95 sig. (*) Lucilio apud Lactant. Justi, 5, 9.

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