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122 LA PERLA DE LA HABANA tu de Dios!... A eso vienen a parar los votos del siglo y los votos religiosos. Antitéticos, opuestos de todo en todo y, por ende, causa de la formación de esos dos grandes partidos de la humanidad cuyo programa aquellos votos representan: el partido de los hijos de las tinieblas y el de los hijos de la luz. Capitanea el primero el príncipe de este siglo, y manda el segundo el príncipe de la paz... Existe un combate formidable, se riñe una batalla encar- nizada entre uno y otro bando... ¡El clericalismo con su bandera blanca y el anticlericalismo con su estandarte negro! La lucha es formidable; todos los espiritus del si- glo asisten a presenciarla... Toda la artillería satánica está en juego y dispara, de frente, contra los hijos de la luz... En los momentos en que ellos han creído haber vencido parcialmente, han atropellado el asilo sagrado de las virgenes de Dios y han obligádolas a abandonar sus moradas o a romper sus votos o, por lo menos, han suprimido la emisión de ellos bajo el pretexto femen- tido de libertad y progreso... ¿Es que no hay derecho a la libertad de amar a Dios con todas las fuerzas del alma? ¿Es que no se puede progresar hacia la santidad? ¿Es que el hombre no tiene otros fines que los puramen- te económicos y materiales que ha creado la industria humana y el adelanto moderno? ¿Tendremos derecho, amparado por todas las leyes civiles, de obligarnos con cualquier compromiso -social, en cualquiera sociedad constituida, para los fines que reclame o persiga nuestro afán de lucro material, y no habrá derecho para compro- meternos a llevar una vida de perfección y de vida espi- ritual, obligándonos, libremente, a guardar los votos re- ligiosos para mejor alcanzar la perfección del alma y el fin del ser humano? ¿Quién hace un acto de libertad más grande y más legítimo que el que, abdicando todo egoís-
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