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a 118 LA PERLA DE LA HABANA circunstancias en que se desarrollaban los aconteci- mientos. Indudablemente fué Sor María Ana saludada por co- ros de ángeles más bellos y graciosos que los pintados por Fr. Giovanni, con otro nombre Fr. Angélico. Su fe- licitación, contrastando con el horrososo lío diabólico, armado por los otros, llevó al corazón de aquella angé- lica alma el consuelo inefable de la alegría del cielo... Podíase decir que se le descorrió el velo de la gloria, y que a través de celajes humanos y con vista de águila espiritual, penetró en aquellas moradas de amor, de paz, donde la dicha es completa y la armonía perfec- ta, y el goce inefable y la eternidad inacabable. Felici- témonos también nosotros al ver oficial y solemnemente agregada a la orden capuchina aquella privilegiada criatura, que fué verdadero «alcázar de gracias». La túnica blanca de su pureza, envolviendo el lumino- so espíritu que la animaba, aparecía ante las miradas pa- ternales del seráfico Patriarca y de los santos de la Or= den, desde la mística e inefable Santa Verónica de Ju= lianis hasta la apacible y dulce M. Serafina, como un objeto de admiración y de gloria... ¿Qué valen las más espléndidas galas de la nobleza y de las armas? Sobre toda grandeza humana y sobre to- dos los trofeos de ilusiones está la librea seráfica, con que nos sumamos a esa pléyade de bienaventurados que for= man la legión seráfica... Ante toda ella brilló Sor María Ana en el día de su profesión, como un ángel del amor y de la pureza... Angel nacido, no para entretenerse en combinar colores, en calcular proporciones, en distri- buir adornos, en peinarse, en mirar, andar y manejar el abanico con femeniles gracias. Quédese eso para las coquetas del siglo, para las almas

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