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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 117 fesión en conciencia, que era alma grande y que toda pertenecía a Dios, que muchas cosas habian visto, pero que todavía las habían de ver mayores (5. Al año siguiente de la profesión, escribieron las Re- verendas Madres al P. Arráiz para que volviese a dar ejercicios. Los enemigos alborotáronse tanto que grita- ban a la Abadesa: «No consiento que ese barbón venga aquí; primero lo tiro del tren abajo... Por ese pro- fesó mi enemiga, que si no mi Pedrito no le daba la profesión». Dice la relación de que tomamos este auténtico apunte, que el diablo mandó a sus camaradas donde estaba un tal Rio Negro (*), para que le inspirasen que no dejase ir al P. Arráiz... El caso es que al siguiente día decía el enemigo a la Abadesa: «Mira, vejancona, ya está Río Negro escribiendo al barbón para que no venga y mi vicario es el que dicta la carta». Las monjas no le daban crédito, pero al poco tiempo llegaba una carta de dicho P. Provincial, diciendo que el P. Arráiz ni iba a dar ejercicios ni lo esperasen (*). Aducimos estos hechos históricos por que pueden com- probarse y citamos nombres que tal vez deberían callarse para quitar a los sucesos toda sospecha de inverosimi- litud. mM Las religiosas, cuyo testimonio excepcional nos per= mitimos reproducir tantas veces, certifican de que en el día de su profesión ocurrieron a Sor María Ana muchos prodigios. No podíamos esperar menos, dadas las (*) Manuscrito del convento de Plasencia. () Río Negro era el P. Ladislao de Río Negro, Provincial de Castilla entonces. (*) Manuscrito del convento de Plasencia,

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