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114 LA PERLA DE LA HABANA querían echar del convento por enferma, y suplicaba, humilde y encarecidamente, tuviesen piedad de ella y no la botasen fuera. El médico compadeciase de ella viéndola sufrir con tal fervor y paciencia, y un día se le escapó exclamar: ¡Pobrecilla! —No, no, señor doctor, replicó ella, no soy pobrecilla, que soy muy rica. —¿Dónde están, pues, tus tesoros? —En el Corazón de Jesús, allí los tengo todos, con- testó. Durante su enfermedad sorprendióla un día la Madre Abadesa con la mirada fija en un crucifijo que tenía a la cabecera, y parecia que hablaba, como el de S. Damián al seráfico Padre San Francisco. Al verse sorprendida creyó la humilde Sierva de Dios que la Madre le había oído y declaró que Nuestro Señor le había prometido que se pondría buena tan luego le recibiese sacra- mentado. Sin esperar más, al día siguiente se le dió la sagrada comunión y ya se levantó de la cama y no le repitieron más los ataques. Ocurría esto el primer viernes del mes de diciembre del año que entró religiosa... Admiráronse las monjas de verla tan buena cuando la víspera por la noche ni podía siquiera alimentarse por sí misma ni estarse, sin ayuda, recostada... Tal era, em- pero, la humildad y obediencia, que no quiso levantarse hasta que la Abadesa le diese para ello permiso...; obte— nido éste saltó prontamente de la cama y se dedicó con gran soltura a las faenas que se le imponían... Fué inmenso su contento viéndose con velo y profesa en compañía de sus amadas hermanitas; contento que se aguó bien presto, porque, viéndola buena, la Abade- LA A E x 2 e mn y 5 31 ? i

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