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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 113 no firme, el asunto de la monja. Revolvió libros, hizo consultas, pidió a Dios mucho el acierto en tan arduo negocio, y al cabo convencióse de la verdadera virtud y admirable santidad de la joven novicia... El anhelo con que ésta le pedia el velito era grande; su sencillez de palo- ma y su afán de conseguir cuanto antes el bien deseado, le hacían decir en voz alta: El velito, Padre, el velito. Sa- bido es que el velo negro representa la profesión reli- glosa... ¡Su amada profesión! ¡Oh dia venturoso! ¡Oh deli- cioso momento aquel en que pudiese, canónicamente y en manos del ministro de Dios, consagrarse al Altísimo! Pero antes de relatar la historia de su profesión, debe= mos mirar un poco atrás. Il El día 16 de octubre de 1899 dió a la sierva de Dios un ataque tan fuerte, que daba señales de morir luego..... Llegó el médico, D. Narciso Cruz, y ordenó una san- gría... Debilitóse con ella, y al día siguiente sobrevino= la otro ataque con peores síntomas... Llamóse al con= fesor, D. Policarpo Barco, Penitenciario de la Catedral, y habiéndola confesado, administróle también el Santo Viático... Volvía por tercera vez a ser atacada y, te- miendo no hubiese ya remedio, se le dió la profesión in articulo mortis. Extrañó mucho al señor Penitenciario que, con tan corto tiempo de hábito, supiese ya de memoria las pa= labras de la profesión... ¡Cuántas veces las había pro- nunciado secretamente! Mortificada y paciente ni. pe-= día ni rehusaba nada en su enfermedad... Oíascle que de- cía a la Virgen: «Ven, ven, Mamica mía, y cógeme esta cabeza, que es tuya». Lo que la preocupaba era si la

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