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109 SOR MARÍA ANA DE JESÚS «una imagen en miniatura» (*) que llevaban en sí innu- merables imperfecciones... Discurriendo de ese modo, nunca aparece en la tierra para ciertas personas el ideal de su santidad. Ni existe cabal concepto del poder moral del hombre, ni de la gra- cia de Dios. Tampoco somos amigos de exagerar. Reco- nocemos en ciertas almas verdadera santidad, pero con sobrada frecuencia nos hemos convencido de que en ge- neral hay pocas almas perfectas. Sin embargo, las hay, y cuando Dios las pone en nuestro camino, las admira- mos y glorificamos el poder de Dios en ellas. Claro está, por lo mismo que la grandeza de los fenó- menos verificados en Plasencia durante el noviciado de Sor María Ana sorprenden, no estaba mal la cautela, pero sobre todas las cautelas estaba el poder del Altísimo. A causa de esas cautelas que podían ser inspiradas por la prudencia, se negaba el permiso para que Sor María Ana verificase su profesión religiosa (*). Versiones de una información poco ajustadas a la naturaleza de las cosas ponían en guardia al Prelado D. Pedro Souto y Casas. Era varón de acrisoladas virtudes. y de integridad bien probada. Adicto siempre a la pureza de las cosas santas, enemigo por temperamento de transacciones fáciles, el sabio y prudente Prelado denegaba por de pronto el per- miso de la profesión... Seguramente, en caso de que Sor María Ana fuese una ilusa, hubiera perdido la Comunidad admitiéndola a la profesión (*)... Bogaban a toda vela (1) Cicerón Off. 8. 4. 16. (2) Aunque no como en el caso de Sor María Ana, algo parecido ocurrió a su paisana H. Bernarda María Espelozin, salesa del pri- mer monasterio de Madrid, muerta en olor de santidad el 23 de noviembre de 1883. (Véase su Vida, part. 1, cap. 11.) (3) Podía tener apoyo, aunque falso, para los temores que en- gendró nuestra admirable novicia una resolución de Roma, de 1738, ye establecía que las novicias energúmenas no se admitie- ran a la profesión. (Véase Anal, O. C. 1886, pág. 49.) mame AA AAA