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E re nr A paar A TH AA ARRE] AA di nic AMET RAN 108 LA PERLA DE LA HABANA ni saber más que es menester» (*). La diferencia entre la justicia pagana y la cristiana está en que exigiendo lo imposible la primera, no quiere en la verdadera perfec- ción ni sombras, por ligeras que sean; mientras que la segunda está muy lejos de hacernos perder Ja esperanza de llegar al fin, porque tengamos algunos defectillos. Caer por precipitación, por flaqueza, por imprevisión, en algunos defectos, no constituye una falta capaz de des- viarnos del buen espíritu. Es verdad que la alta perfee- ción está libre de ciertas imprevisiones y flaquezas, y de hecho lo estaba Sor María Ana... Pecable como toda criatura, era tanta la gracia con que Dios la socorría y tal la elevación de su corazón, que nadie de verdad le habría echado en cara una falta deliberada... Ella atina- ba siempre con lo más perfecto y ya hemos recordado a qué altura subió la columna espiritual de su termó- metro. No tenemos reparo en afirmar que la escuela de Sor María Ana y su maestro directo era Jesucristo, en lo más elevado;y puro de las virtudes... Un paso más y llegaría a la unión completa con su Dios... A los que todavía que- rían sorprender en nuestra ilustre cubanita defectos y peligros, podíamos preguntar: ¿Existe un sér completo que llene a todos y a todos igualmente asombre con la grandeza de sus obras? Con mucha frecuencia dijeron los antiguos que jamás se realizó el ideal de un sabio. «Cada quinientos años aparecía uno como el ave Fénix» (”). Pero ni aun aquél era el ideal de un sabio. Sócrates, Platón, Aristóteles, ¡los grandes hombres de la sabiduría antigua! ¡ni aun ellos llenaban aquel ideal! no eran sino (') Eclesiastes VII-17. (2) Séneca Ep. 42-1.
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