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A DI e tr A, A w ptr 104 LA PERLA DE LA HABANA sus malignas interpretaciones o no dejaba de causar sos- pechas en algunos sujetos. Su enemigo, discurriendo, digámoslo así, por todos los medios la manera de impedir llegase a puerto feliz aque- lla nave de tan rica mercancía, diríase que hizo un es- tudio en la psicología de todos los que podian servirle en el caso, y preparó el ataque y cerró contra su profesión de modo inaudito y alarmante. No podemos extrañar que los fenómenos tan varios y tan rápidos que tuvieron lu- gar en la novicia a poco de entrar en el convento, cau- sasen admiración, y que advertidos de los engaños que puede haber en el alto camino espiritual y de las con- secuencias que podía traer para una Comunidad la ad- misión defininitiva de una ilusa, pusieron en guardia aun a los más cautos y avisados... Pero sobre eso te- níamos la concurrencia de tan formidable y diestro ene= migo como era Satanás... En la relación, tantas veces citada y firmada por todas lás religiosas, como garantía segura de los sucesos, lee- mos que por declaración del demonio sabían las monjas lo que intentaron hacer los malvados y lo que hicieron. Habían venido primero a preparar el terreno para sem= brar la cizaña en la votación de admisión... Examinaron a las religiosas para valerse de alguna de ellas, y en efecto decían «las voces»: «encontramos bien dispuesta a nues- tra amada Inés». Ya veremos lo que ocurrió con esta religiosa, pues tuvo una participación grande en toda la historia de contradicciones que se urdió en derredor de Sor María Ana. «Más quería haber cogido, pero no he podido, añadía el enemigo; pero estoy muy contento por- que ella es para mí una gran cosa; hace todo lo que yo la mando, y el día que esté de Abadesa... No ha de tar= dar mucho».

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