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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 101 ocurre mil veces a las almas poco amantes de la caridad. No siempre mienten, sino que en el caso de decir la ver- dad, la dicen con tan pésima intención, que se convierte en mentira, porque con ella se trata de hacer pensar o juzgar lo que en realidad no existe ni debe juzgarse. Por fortuna, la religiosa, sabiendo que era padre de mentira, no le dió mucho crédito. ¡En cuántas ocasiones tuvo que morder el polvo de la derrota el espiritu malo! Le sabía muy mal que no se hiciera caso de lo que decía a gritos, y exclamaba: «Va= ya, después que siendo principe me he bajado a ser cria- do (*), para nada me sirve, pues no hacéis caso de lo que yo queria». ¿ntre las muchísimas veces que las monjas oían ha-= blar al demonio, y que sería imposible referir, una de ellas decía que, no pudo tentar a Sor María Ana como a las demás niñas, ni después, hasta que entró en el con- vento... que desde el vientre de su madre estaia (Sor María Ana) rodeada de blancuzcos (asi llamaba a los ángeles) y no podía acercarse a ella; que ya conocía él que sería una gran cosa. Como las monjas hablasen de lo mucho que padecía la Sierva de Dios, clamaba el demo- nio: «Si queréis que cese todo, no tenéis más que hacerla cometer una falta por mínima que sea; a pesar de mi so= berbia, me siento impotente para hacerla faltar» (*). Dejemos ya este asunto; pero recordemos antes de con- cluirio, que al finalizar el capitulo anterior decíamos que los demonios 1 e; a temer a Sor María Ana, venci= dos por ella. En efecto, su invocación era remedio seguro 1 (y) a una ocasión en que fué a avisar al médico,

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