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100 LA PERLA DE LA HABANA medio para atender por el mismo instrumento del mal al aprotechamiento de aquellas religiosas, compañeras y hermanas de la angelical Sor María Ana. Sin duda, era grande el amor que tenía a aquel venturoso claustro, cuyas paredes escondían el tesoro riquísimo tan privile- giado y amado de su divino Corazón. No extrañemos esto, porque muchos Santos, después que habían sido ten= tados visiblemente del demonio, vencido éste por ellos, tenían que prestarse a servir aun materialmente a los mismos. IV Sin embargo, el enemigo no dejaba de aprovechar las ocasiones que podía para hacer daño, sembrando la ciza- ña en la Comunidad. Muchas veces decía a las monjas particulares lo que la Abadesa decía o hacía contra ella, y a la Abadesa lo que las monjas practicaban o hablaban contra la misma. Ocurrióles en cierta ocasión que habien- do rezibido una sandía muy pequeña, de limosna, como no llegase para todas, la Abadesa dijo a las religiosas que la tenian: «Pártanla y cómanla, pero si viene Sor María Asunción, guárdenla». Quería la buena Mad: e obsequiar «de aquel modo a las monjitas, pero sin dar lugar a juicios poco correctos, quitando todo pretexto. A poco entró Sor Asunción donde estaban y el demonio gritó: «Mira, Asunción, tenía mucha gana que vinieras para decirte lo que han hecho: la Abadesa ha mandado partir una san- día y se la han comido éstas (*) y les ha dicho que si tú venías la escondieran». Siempre obra él como quien es, sembrador de cizaña; esta vez decía verdad, pero ¡con qué mala intención! Asi Debían ser Sor Pilar y Sor María Kosa, Vicaria y enfermera.

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