BCCPAM000R09-1-20000000000000

SOR MARÍA ANA DE JESÚS 99 En efecto, aunque al principio horrorizábase Sor Ma- ría Ana de aquellas abominables figuras, luego, confor— tada por Dios las miraba con desdén y desprecio. Parecido al precedente es el hecho que vamos a trans- cribir: «Déjase oir el demonio, diciendo que iba a predicarlas sobre las penas del iufierno y lo hacia con tanta viveza (*) que daba miedo. Después empezó a decir lo que ellos padecían; que para ellos no había día ni noche. Si yo pudiese descansar media hora siquiera; pero nada, todo es padecer horriblemente, exclamaba.» La enfermera, que tantas veces tiene que aparecer aquí, por estar siempre en contacto con Sor María Ana, hallábase sentada y acercándosele un enemigo (*) al oido» entre enfadado y riendo, le gritó tremendamente: «Mira, la Rosa se pone hasta desencajada; no tengas miedo que mi enemiga cuida mucho de ti». Ya veremos en su lugar cuánto se interesaba Sor Maria Ana por la salud espiritual de sus hermanas y do otras personas. Hubo vez en que el demonio decía: «Es verdad que soy la criatura más perversa, pero para mí no ha habido perdón; la Sangre del Altísimo no ha sido vertida por mí; al primer pecado me castigó con castigo eterno, mientras que vosotros, los hombres, sois tan amados de Dios, que por más que pecáis, con recibirel Sacramento de la penitencia os perdona». Volvamos a repetir que el Señor, a cuya voluntad obe- decen todas las potestades del infierno (9), se valía de este (') Relación manuscrita firmada por todas las monjas./ (2) La enfermera era Sor María Rosa. A veces los que hablaban eran muchos y se conocía que había entre ellos jerarquías. (4) San Pablo. | | | AA

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz