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96 LA PERLA DE LA HABANA na; al verla llena de sangre la lavó... volvió Sor María Ana a disciplinarse de nuevo; entonces los demonios qui- táronla aquel instrumento de mortificación y lo lavaron ellos mismos, arrojándolo en un botijo. Las monjas bus- caban la perdida disciplina, cuando se oyó la voz del ene- migo que decía: «en ese botijo está: bastante que hacer me ha dado que he tenido que hacer de lavandero, pues la Pilar la lavó muy mal». Pilar era la Maestra de novi- * cias, y efectivamente, dice la relación (*), por mucho que trabajó no pudo lavarla del todo. Como Sor María Ana era un primor para labores de su sexo, sobre todo para las labores delicadas, las religiosas hablaban de sus obras con alabanza y entusiasmo. No podía tolerar el ángel malo que las monjas dijesen que todo lo hacía bien y muchas veces gritaba: «¡qué asco! parece que no sabéis hablar otra cosa más que de esa re- nacuaja; ¡callaos yal» Tal era el coraje que le causaba todo lo referente a Sor María Ana, que la llamaba su enemiga. Un día que la Madre Abadesa dió un encargo a Sor María Rosa y que debía hacerlo sin falta, comenzó a gritar: «Mira, Abadesa, la Rosa no ha hecho lo que le has mandado, siendo el encargo de tanta consideración como tú sabes». La Abadesa estaba platicando con la Vicaria sobre las virtudes de Sor Maria Ana, y como ya estaba avezada a tales gritos y curada de espantos, no hacía caso de las voces. Mujer de espiritu varonil, al ver que no callaba el maldito, le ordenó que fuese a buscar a Sor María Rosa por si se había olvidado el recado. Al momento llegó-la monja y dijo a la Madre que el retado estaba ya hecho. El demonio dió su voz y dijo a Sor María Rosa: «Mira, (1) No se olvide que esta relación está firmada por todas las monjas del convento, con la propia mano de cada religiosa. id ed

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