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a SOR MARÍA ANA DE JESÚS 93 tica histórica; mas, no hemos hecho otra cosa que escri- bir sobre fenómenos observables y observados, sobre fenómenos recientes que tienen como testigos de mayor excepción las religiosas non quienes vivía nuestra admi- rable Sor María Ana. Y no al acaso, sino en documentos firmados, no aisladamente, sino colectivamente por todas y cada una de las personas que formaban la colectividad del convento, hemos recogido los hechos expuestos. Po- dría engañarse una u otra; podría suponerse una supers- tición en uno u otro caso concreto; pero ante el testimo- nio de tantas firmas y tratándose de hechos y fenómenos multiplicados, ¿caba engañarse? Si los acontecimientos eran comprobables con los sentidos, si eran en puntos de una sensibilización palmaria y observación sencillisima, ¿es posible suponer una ilusión? ¿Es que los fenómenos espiritistas son cosas anticuadas? Y si el demonio inter= viene de tantas maneras en! los centros espiritistas, ¿por qué hemos de negar a priori estos hechos, de una califi- cación distinta, seguramente, pero que son del mismo orden? Abordemos, pues, con motivo del cerco diabólico de que fué objeto con tanto sufrimiento Sor María Ana de Jesús, la cuestión del espiritismo. Con este nombre se ha formado una religión nueva (al parecer antigua) que tendrá hoy cerca de 20.000.000 de adeptos. Apenas hay lugar donde no haya práctica de invocar los espíritus con pésimos resultados, por cierto, tanto para el alma como para el cuerpo. Y no es de ahóra esa práctica. De ella tenemos ejemplos y vestigios en el antiguo testamento (1), en la literatura pagana (*) y en la (1) Levit XX-6 1 Reg 97; 4 Reg XXI-6: Isaías XIX-3; Act. VIIL (P) Virgil. Encid. 1-6 Cicer. Tuse 1-16: Plinio Hist nat. XXX-6 Suetonio Vto. Aug. XX.

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