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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 91 enemigo; ni permitió matasen a su Sierva como muchas veces lo intentaron (*). La prueba fué terrible, la batalla espantosa; empero, declaráronse vencidos al cabo, y, cuando ya rompió el cerco diabólico, el que escribe estas lineas pudo pregun- tar a la misma Sierva de Dios en el confesonario: ¿Qué hacen ahora los enemigos? Y ella me contestó con gra- cia: «Padre, ahora ya ellos me temen a mí, por la miseri- cordia de Dios». Fortalecida por Dios, ya no temía a to= do el poder infernal. En cambio, Dios permitió, en pre= mio de lo mucho que había sufrido, tuviese el nombre de Sor María Ana un imperio invisible sobre los enemi- gos de su alma y de su cuerpo. (')_ Acuérdese el lector de la historia de Job, a quien rmi- tiéndolo Dios, hicieron los demonios tanto daño; eo pi. de permiso divino para privarle de la vida no le tocaron en ella,

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