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90 . LA PERLA DE LA HABANA tor que podía ser mal nervioso, puesto que no creía en los alfileres tragados. Mandó, no obstante, un laxante o una lavativa... Hízose la ordenación del facultativo y al ano- checer echaba Sor María Ana tres alfileres muy largos y algo torcidos, después de atormentarla mucho... En medio del sufrimiento ella miraba al cielo y decía: ¡Ma- mica! ¡Mamica! (*) con un semblante todo angelical. Las religiosas que firman estos relatos, por ellas pre= senciados, hacen notar que ellas veían también venirse por el aire, sin que supiesen quién los echaba, papeles, espinas de pescado, cáscaras de patatas y desperdicios de otras monjas enfermas, que iban a la escudilla de Sor María Ana... Sor María Rosa Irujo, enfermera de la Comunidad, declara que en cierta ocasión, al darle la comida, al pri- mer bocado, parecía que se ahogaba; empezó ella (la enfermera) a mirar la carne y la halló por deniro llena de alfileres clavados de modo que al exterior nada se no- taba... El caso es que la carne de Sor María Ana estaba junta con la de otras enfermas y a la de éstas nada ocu- rría... Ella, pensando hacer una trampa inocente, cam- biaba la intención al repartir la carne, dando la que se destinaba a Sor María Ana a otras y la de otras a Sor María Ana, pero nada conseguía... En fin, era de tantos modos y maneras perseguida por los demonios, que hasta se le presentaron en figura de confesor y, alguna vez, en figura de hombres, que, senta- dos al borde de su cama o en la silla, a la cabecera de ella, no la dejaban de noche mientras estuviese sola... Nuestro Señor tenía, sin embargo, una providencia particular, que en llegando la Superiora desaparecía el (1) Ya hemos dicho que la cubanita llamaba así a la Virgen,
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