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An n_n ra a AI 88 LA PERLA DE LA HABANA IV En una de las ocasiones la sacó del coro el demonio, presentándosele en figura de Abadesa... Dijole que iba a ser encarcelada por desobediente... Contenta ella con ser castigada, siguió alegremente al enemigo disfrazado de Prelada. Llevóla al desván, al lugar más retirado; cerró la puerta y la empezó a reprender con acritud y enfado y con palabras nada limpias... En esto debió conocer la Sierva de Dios que no era la Abadesa, pues, al momento sacó una botella de agua bendita y desapareció la fi- gura... Como nunca había ido a aquel lugar, al encon- trarse sola no sabía en qué dirección volver ni podía atinar con la puerta... Acabada la oración notó la Prelada la falta de la jo- ven, salió en su busca, subió la escalera, entró en un corredor a la sazón en que Sor María Ana, habiendo dado con la salida, se retiraba del desván... Repren- dióla por andar por aquellos lugares sin obediencia a la hora de coro... Mandóla decir qué le había ocurrido... Refirió ella sencillamente la historia, y que el enemigo al aparecérsele le había advertido que siendo la Abade- sa la que llamaba, no le hacía falta otro permiso. Tenían las munjitas cuidado de no dejarla sola; pero otra vez, mientras se entretenian en coser, descui- dáronse y el enemigo se apoderó de ella, haciéndola desaparecer. Las religiosas buscábanla por todas partes, sin dar con la monja... Empezaron a registrar el des» ván, pero nada vieron; al cabo hallaron allí su dedal; en vista de esto, examinaron todo aquel lugar y la en- contraron debajo de una estera, bien tapada y con ra- mos de olivo encima, sin sentido y como muerta... Lle= nas de pena dieron aviso a la Madre Abadesa, y ésta la

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