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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 85 pes que la dejaron sin sentido... Al llegar la Maestra dejáronla de azotar y golpear, pero ésta se asustó mu- cho al ver a la novicia tirada en el suelo... No era capaz la buena Madre de levantar del suelo a la perseguida joven y tuvo que valerse de otra religiosa para reco- gerla... En el mismo suelo se le hizo una pobre cama encima de una colcha y pasó todo el día sin poderse mo- ver... Preguntada porla obediencia, contó sencillamente lo ocurrido (*). No era amiga de relatarlas cosas que le pasaban, como ya se habrá podido apreciar por lo dicho... Un día, como tantos otros, el enemigo tomó la figura de Sor Joaquina y se valió de ella para meterla toda la cabeza en ceniza. confundía, y le dieron encima una tan gran carga de gol- Apresuróse ella a quitarse la toca ensuciada para la= varla, para que la Maestra no se percatara del caso, pues aquel mismo día se la había puesto limpia y blanquísima... Sorprendióla la Maestra lavándose la toca y le dijo: pero, muchacha, ¿cómo está lavando la toca, si se la puso hoy limpia?.. Es que, mi Maestra, como soy yo así, tan me- lindrosa, la lavaba para tenerla más limpia... (*) Con esto evitaba el declarar nada contra la connovicia, de la que se valia mil veces el diablo para mortificarla... La re- lación firmada por todas las religiosas de la Comunidad, que tenemos a la vista, declara: «que cuanto más la hacía sufric su connovicia, más pedía por ella para que nun- ca hiciera a ninguna religiosa lo que la hacía a ella... que yo, decía Sor María Ana, bien lo merezco todo...» Do aquí, el grandísimo cuidado que tenía de que la Maes- tra no se percatase de muchísimas cosas, disimulando (2) Relación de las monjas. (2) Tngenua manera de ocultar la verdad sin mentir, porque, de hecho, le gustaba andar muy limpia y aseada.

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