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SOR MARÍA ANA DE JESÚS IX púrpura de la santidad como la monja agustina de Dúl- men o como la virgen de Luca; pero eso obedece a que a Sor María Ana la rodean circunstancias que impedían la publicidad de sus heroicas virtudes y de sus maravi- llosos méritos. La urdimbre de su vida, te;ida con hilitos de purísimo amor, no pudo revelarse a las primeras de cambio por motivos que se verán en el decurso de esta historia y que contribuyen a colocarla en un plano más prodigioso y que la harán más admirable cuando la luz se difunda y se desdoblen los sucesos y apareza afirmada e incontrastable la figura tierna, robusta y maravillosí- sima de La PerLa DE LA HaBana, Sor María Ana de Jesús. Permitidme, pues, ¡oh jóvenes católicas!, que desbroce el camino y descorra un poco, nada más, el velo que os oculta esta nueva visión de la santidad..... Otro vendrá que, con más galanura de estilo y mejor documentado, presente una historia completa de nuestra joven capu- chinita, que a los 22 años rompía los cendales de la mor- talidad y volaba al cielo como mariposa que deja de ser: crisálida y vuela a más limpias regiones y más claras esferas con sus alitas de colores policromos. Para contrarrestar las flores del mal, de que habla Beaudelaire, presentamos esta nueva flor de la gracia... Su influencia en el corazón de la juventud no será me-— nos fuerte que la que ejerce la vida de Gemma Galgani y la que escribió con propia mano la virgen carmelita Sor Teresa del Niño Jesús. «Hay muertos que están a la vez más vivos y más ca— paces de transmitir la vida que los mismos vivientes», decía Julio Payot (*), y tales son los santos. Su ejemplo, / (') "L'Education de la volonte influence des grands morts”, pág. 266.

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