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E 141 158 Í E 8 1 82 LA PERLA DE LA HABANA en el cuarto, pero por la tarde dejábala sola para acudir a completas y a la oración... Ya el demonio había roto todos los fuegos contra ella, y ella se callaba confiada en Dios, pero no podían menos de hacerle grande impre- sión aquellas horrorosas apariciones demoníacas... Cuan- do la asistía la Madre dejábala casi en paz, mas en au- sentándose acometía contra ella; y un día, toda temerosa al ver que la Maestra se dirigía al coro, le dijo: «¿Se marcha, mi Madre?», pero no pasó de ahí... Mas otro día, que muy triste hizo la misma pregunta, le dijo la Maestra: «¿Qué le pasa? ¿Tiene miedo de quedarse sola?» A la voz de la obediencia, que reclamaba de ella la re- velación de lo que la ocurría, declaró que todos los días, al momento que se ausentaba, aparecía en el mismo si- tio que estaba la Madre un fantasma horroroso, parecido a un león enmelenado, y abierta la boca, como querién- dola tragar, arrojándose a ella con ruido de cadenas y aullidos que se dejaban oir por todo el dormitorio. La buena Maestra atribuyó aquello a imaginación de la novicia y la reprendía porque con el no comer se de- bilitaba su cerebro. Ella, humilde y cariñosa, ateníase a ello, dándole gracias y diciendo: «Sí, Madre, eso será; Dios se lo pague». Para dar color a estos embustes de imaginación pro- curaba el enemigo obligarla a no comer. El 15 de noviembre apareció Sor María Ana en el re- fectorio con la Comunidad y era cosa bien extraña que no pudiera meter bocado en el estómago... Todas las religiosas veían que tenía delante la comida, pero que no comía. No faltaron juicios de todo color y para todos los gustos. Sor María Ana era una embustera que que- ría ayunar más que las demás para singularizarse... Para otras era una desmedrada novicia que de aquella

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