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vu LA PERLA DE LA HABANA mundo, abiertas a las miradas de Dios; de esas flores espirituales que el divino Jardinero cultivó con esmero y cariñoso afán en el vergel de la Iglesia y en los jardines del claustro religioso. Flores de la gracia bajo el tul es- pléndido de un cielo de topacios y a la influencia del sol de amores que se llama la Santa Eucaristía. Como a la luna señaló el Señor por caminos esos techos de rubies y de esmeraldas, así la Providencia de Dios señaló a tales almas, por sendas y órbitas, la perfección de las virtudes elaboradas en el secreto recinto y en el silencio de la meditación mística. Cada una, sin embargo, tiene su órbita particular. Desde las que florecieron en la Edad Media, como Ju- liana de Norwido hasta la dominica Catalina de Emerich y la estática Gemma Galgani y la carmelita Sor Teresa del Niño Jesús, ¡cuántas flores de Dios han hermoseado el campo del gran Padre de Familias! Esta, cuya biografía o bosquejo histórico vamos a presentar, es, entre muchas, de un color extraordinario y de un encanto peculiar..... No vivió a campo abierto, sino murada y oculta en un claustro bien austero Perte- nece a la familia capuchina y, aunque trasplantada desde el claro cielo de Cuba al sombrío convento de las capu- chinitas de Plasencia, supo embellecerse con las luces y colores de un clima tropical, porque, en efecto, el clima espiritual en que vivió y murió fué de lo más ardoroso y cálido a influencias de un amor divino totalmente abne- gado. No lo ocultaremos: nuestra Sor María Anita no murió clasificada públicamente en el número de los santos, pero de hecho podía y merecía catalogarso entre ellos. No la envolvió la fama mundia! en el manto de la admi- ración ni se levantó sobre el pedestal de esa fama con la:

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