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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 73 que costarme más; pero confío que el Señor me dará gra- cia; yo quiero, cueste lo que cueste, ser una gran santa». A la Madre Maestra, que era Sor María Pilar, le decía muchas vaces: «mi Madre Maestra, no me deje pasar cosa ninguna; repréndame mucho, ya ve que soy muy ruda y de las cosas espirituales no sé nada; de las labores del convento no sé siquiera coger la escoba». La relación de que copiamos estos detalles añade: «Nuestra Rvda. Madre y la Maestra se admiraban de oir tales razones en una novicia de unos días, pero no podían creer, ni siquiera imaginar, que todo fuese efecto de su profunda humildad, y así que al principio les parecía que era verdad». Muy luego cayeron en la cuenta de que todo aquello era producto de un profundo estudio y ejercicio de humildad. Como pronto tendremos que abordar cuestiones trans- cendentales debemos presentar aquí algunas pruebas de sus admirables virtudes. ” Sor María Ana sabía bien castigarse por las inocentes y naturalísimas delicadezas de su temperamento; pre= cisamente por la condición de su persona eran más fuer- tes y horribles estos extremos de mortificación de los sentidos. Dejemos, empero, este apunte incompleto, que lugar tendremos donde mejor se trate. La vida común era para ella una ocupación celestial; siempre era la primera en los actos de Comunidad... Co- mo aparecía muy presto en el coro, la Madre la mandó que no se levantara a Maitines hasta oir tocar la cam-=

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