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72 LA PERLA DE LA HABANA María. Nuestro Señor Jesucristo las tenga en su santa gracia, y hechos sus corazones volcanes de amor es lo que desea esta pobre capuchina que mucho es lo que les está agradecida y eternamente les estará por tanta ca- ridad como ejercieron conmigo. El Divino Corazón de Jesús se les pague todo, metiéndolas a todas en su Deífico Corazón y allí gusten las dulzuras de su amor. De mi les diré que desde que tuve la dicha de entrar en esta Santa Casa, es mucha la alegría que inunda mi corazón al verme adornada con la hermosa librea de po- bre capuchina. Las austeridades todas de la Santa Regla me parecen alas para volar al Cielo: todo me parece nada, porque todo lo puedo en Aquél que me conforta. Nuestra Rvda. Madre y demás Comunidad las saludan y no las olvidan en sus oraciones y sobre todo la más in- digna que se encomienda a las fervorosísimas de esa Santa Comunidad, y no las olvida en el Sacratísimo Co- razón de Jesús. Sor María Ana Castro.»=Hay una rúbrica. El lenguaje de la transcrita epístola es todo celestial y hace ver hasta dónde se había remontado el gran espíritu de Sor María Ana. En adelante suprimiremos el nombre de Angelita, para llamarla con el nombre de religión, Cosa notable advirtieron las monjitas la misma tarde de la toma de hábito de la joven. Fué a completas con la Comunidad; rezaron sin luz en el coro bajo, y Sor Ma- ría Ana siguió el rezo de memoria... El segundo día de estar en el convento dijo a la Madre Abadesa: «Señora Madre, su Reverencia tiene que tener paciencia, por el amor de Dios, en enseñarme todas las cosas, porque yo no sé hacer nada, estoy muy mal educada, siempre me daban todos los gustos que quería, así es que ahora tiene

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