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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 71 mer encuentro del convento! No dudamos que sobre esto habrá que escribir otro capitulo por los que la han tra= tado más intimamente que nosotros. Santas paredes, bendito claustro, amable celdita, ado- rado coro. Dios, por doquiera y ella, llena de Dios. Nueva luz se difundía por entre los agrietados muros del con= vento en aquel día. La radiante espiritualidad de Angeli- ta aparecería como un nuevo fulgor. ¡Cuántos amorosos y entusiastas soliloquios anidarán en los vetustos murones de aquel privilegiado monasterio! ¿Por qué no habláis, paredes santas? Por qué guardáis con tan avaro empeño aquellas primeras impresiones y desbordamientos inefa= bles del corazón de Angelita, convertida en Sor María ANA DE JEsús?.... Tal fué el nombre que tomó en religión nuestra joven biografiada... Unidos en un solo amor llevaba en el co- , ala Madre y al Hijo... Cuando las religi , Al abrazarla, decíanle: «que el Señor la haga t razón a la abu una gran santa», ella contestaba agradecida: «Dios se lo pague» a unas... a otras: «Amen». Sobre el fundamento que Dios mismo asentó en su espíritu gigante, la santidad iba a ser obra rápida y colosal. El hábito de capuchin: era para ella más que una púrpura real, y todas las mor- tificaciones «alas para volar más alto». Tal es la ex- presión por ella misma empleada en una carta que Co- piaremos a continuación y que escribió por agiadeci- miénto y por obediencia a las Siervas de María, «J. M. J.=Convento de Religiosas Capuchinas, Pla- sencia. El Señor nos dé su santa paz. (Adviértase aquí cómo usa ya ella la salutación seráfi- ca, enseñada por el seráfico Padre a sus hijos.) Reverenda M. Superiora y Comunidad de Siervas de
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