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E A ee 68 LA PERLA DE LA HABANA por un lado, ya por otro, haciendo muchos ruidos; y como apagase la luz por la santa pobreza (que ya en el siglo trataba de practicar), no podía ver lo que era; sin duda fué el enemigo, porque ya fuera la perseguía mucho (*). Sobre esta persecución diabólica tendremos que es- cribir harto cuando narremos su vida espiritual en el claustro. No dejamos de comprender que muchos, pre- venidos contra la vida sobrenatural con el aparato de visiones, persecuciones diabólicas y éxtasis, se levanta= rán de hombros y nos contestarán: «Todo eso son inven= ciones humanas, supercherías». A no decir que nuestras historias de santos son libres cas o una colección de epíistolas muertas o de hechos fingidos, es preciso reconocer este aspecto de la mística. No por medio de fábulas hábilmente compuestas se debe hacer conocer Jesucristo (*) en las almas. No con teo- rías caprichosas hay que determinar las facetas espiri- tuales de las almas contemplativas. El gran autor espi- ritual Luis de la Puente dice, con razón, «que en el te- rreno de la teología mística los errores son tan posibles y acaso más peligrosos que el de la teología corriente» (*). Sabemos que cuando se llega a no considerar la cien- cia dogmática como puerta de partida en la piedad y en la vida espiritual, se abren caminos a los más peligrosos errores. Basta con citar nombres como los de Molinos, de Madame Guyon, de Quesnel, de Eskartihansen para tener la más completa prueba de lo que afirmamos (*). Por eso se nos alcanza con qué precaución hemos de (1) Desde que tuvo cuatro años se notó un encono terrible del enemigo contra ella, (?) 2 Petri. 1-16. (%) Dux spirit, C. 7-3. (%) Weiss, «La mística especulativa».

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