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A la juventud católica Mientras la literatura reinante, en taza de cristales quebradizos, nos ofrece las seducciones del placer, la Providencia se empeña en recoger, en los claustros y en las soledades, las flores de la vida, coloreadas por todos los rayos del variado prisma de la espiritualidad. Aquel Artífice de las almas como de los cuerpos tiene troqueles de una variedad infinita. Fórmalas brillantes y hermosas bajo todos los climas y en todas las condicio= nes, y salen del sublime aislamiento a las explosiones del entusiasmo a medida que corren los años y al com-= pás de las necesidades de la época. La literatura que las retrata y expone ante las miradas atónitas y entusiastas de la juventud carecerá tal vez de las tonalidades y bri- llanteces de las plumas tajadas en los talleres del primor, donde el estilo las pule y las dora y las hace atrayentes y las autoriza para los éxitos de la vida editorial; pero indudablemente es aquélla la mejor literatura que pode- mos ofrecer al corazón de la juventud, delicado vaso de aromas y exquisiteces que se derrama al quebrarse con el choque de la inmoralidad exhibida y propinada en esa otra literatura saturada de naturalismo y de irreligión. La juventud católica lea con avidez, lea con fruición las dulces transparencias de almas fotografiadas en libros como el que ofrecemos al público. Llevan, con el calor de la vida, el ruido sonoro de arroyos de gracia que co- rren en ondas de purísimo oro en las páginas consegra- das a revelar los secretos do esas Vidas ocultas al