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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 67 to de juicio nada común». Por aqui se mide la perfección ala que parece haber llegado Angelita antes de atra- vesar los umbrales del convento, lo cual quedó demos- trado en un detalle nimio y hasta vano si se quiere, pero que revela el espiritu de abnegación y de obediencia de Angelita, religiosa ya antes de serlo. Cuando asistió al locutoriv o grada de las capuchinitas de Plasencia, como ovcurre casi siempre, las monjas, de- seando conocer la estatura y aire de la pretendiente, la ordenaron ponerse de pie y pasear un poco el local o sala hasta que se pusiera en medio a fin de ser mejor vista. La niña, sin decir palabra alguna, levantóse y se pa- seó por el locutorio y se vino al centro. El demunda- dero dijo: ahora está usted bien para echarles la bendi- ción; échesela. La joven, que quería obedecer a tuda criatura por Dios, obedeció sin clistar ni mistar y, a pe- sar de su profundisima humildad y hasta lo ridiculo del ca :chó la bendición a las monjas. Añadamos, a título de comprobación de cuanto hemos referido y aun pecando de nimios, lo que se lee en un manuscrito que tenemos a la vista: «La madrina, que debía ser de su entrada doña Petra Moreno, llevóla a su casa, donde era visitada por muchas señoras. Como la veían tan amable y tan dulce y finí- sima, abusaron alzo, mandándola cantar muchas veces tan cansada del viaje y casi sin come a posar y con calentur: Excusado es decir que Angelita com-= placía a todos y ofrecía a Dios aquella verdadera mor- tificación .» No pasaremos al capítulo de su entrada en el claugtro sin registrar otro dato del mismo manuscrito: La noche que estuvo fuera no pudo dormir nada, porque toda ella estuvo un gato tirando de las sábanas de la cama, ya
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