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« AN 60 LA PERLA DE LA HABANA col, cómo se habló de si era cierto que durante el noviciado era todo dulzura y después de Ja profesión Jesús daba a sus esposas el pan duro con corteza. Yo la dije que Je- sús después daba peritas con almibar. Esta tontada mía la hizo mucha gracia. Con mucha alegría andaba repi- tiendo mis palabras, y entonces comprendí el grandísi- mo amor de Dios que tenía y que debía de haber recibido muchos favores especiales, porque se puso tan encendi- da y su rostro tan animado que no parecía ella, y juzgué ' que, por experiencia propia, habría comprendido el sig- nificado de mis palabras y se recreaba en lo que muy a Mi bien sabía». ¿No podían decir nuestros lectores a qué sabe esta in- genua relación de Sor Florencia? ¿Habremos vuelto a los tiempos medioevales en que corrían de boca en boca, de mano en mano, aquellas leyendas maravillosas, satura- das de candor, de simplicidad y de espíritu? Es este un trozo literario digno de figurar en las Florecillas de San Francisco; al cabo venía a añadir 'una página más a las candorosas narraciones de las historias seráficas. Aun- que en el cielo no hay dos estrellas de igual claridad; aunque el sabio Leibnitz sostenía con razón que hay tal diversidad entre todas las cosas que se hallan en el cielo y en la tierra que no pueden encontrarse dos cuya se- mejanza sea exacta, pero es indudable que en los santos hay cosas que parecen copiadas. Será la herencia espi- ritual, será el sello fisonómico de la familia, será la in- fluencia que proyectan los unos sobre los otros, el caso es que a veces hallamos segundas ediciones de unos mis- mos sucesos o hechos en diversas personalidades de épo- cas diversas.

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