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FLOR DE AZUCENA a de la razón, jamás se le ocurre que puede can- sarse de estar en compañía del amado. Estamos acostumbrados a exponer a las jóve- nes que pretenden entrar en una orden religiosa este pensamiento: No lo desees demasiado, pro- cura ser como la joven prudente que en vísperas de unirse de por vida a un hombre, en vez de desear que llegue el día de ser su esposa, teme que pueda venirle un mal irremediable. No por esto dejará la una de ir alegremente al desposorio ni la otra dejará de ver con ojos amorosos el momento de consagrarse a Dios por entero en una institución religiosa. Fuera de esto que de soslayo apuntamos en este capítulo, conviene tener entendido que Dios fija a cada alma como a cada estrella su órbita particular en la que debe girar... Las cosas espirituales como las materiales de- ben tener su medidor... Las mismas ansias de entregarse a Dios y de castigar el cuerpo, con ser tan dignas de atención necesitan peso y medida que la discreción ha de señalar. No queremos decir que el ingreso de Margari- ta en una comunidad religiosa no fuera razonada. A pesar de serlo, no parecía entrar en los desig- nios del cielo que el espíritu de penitencia de nuestra joven se consumara en un convento le- jos de la casa materna.

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