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70 ALMA PENITENTE Dichoso el que entiende lo que vale amar a Jesús. Realmente, la dicha de conocerle y amarle no se paga con oro y diamantes. Pocos le aman como le deben, porque la verdad de este amor trae compromisos de dolor. Es preciso que el amor a Jesús se acrisole en el dolor de la cruz. El amor es pureza de alma, cumplimiento de la ley; por amor nos es familiar, la Cruz... regalada, y verdad llevadera y lu- minosa que enciende en el camino de la vida ho- gueras que calientan la frialdad del corazón con ascuas de eternidad; pero al cabo una cruz que significa sacrificio, y toda alma perfecta tiene que asentar la firmeza de sus heroísmos en la ensan- grentada arena de las luchas cristianas ganadas por la mortificación. “Alma penitente” fué nuestra Margarita, no a título de pecados y fugas del deber, sino a título de imitación de Cristo que aconseja a todo el que le quiere seguir, “tomar la cruz” para llevarla tras él hasta el monte de la mirra y el collado del incienso. Margarita no se enamoró de Cristo pa- ra dejarlo solo en el Calvario. Desde niña tenía fama de amar la vía-dolorosa, practicando fervo- rosamente el vía-crucis, ejercicio tradicional de los Calvarios. Cuando el amor fué en ella adulto y se creyó con derecho a dar su firma de com- promiso, tuvo que embalsamarse en sangre peni- tente. Aquella joven de la aristocracia que lleva- ba en su cuerpo casto y puro el sonoro vaso de
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