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A a a E 52 PIEDAD DE MARGARITA de experimentar muchas veces esa resistencia de la naturaleza al género de vida que llevaba, pero nunca admitió ni por un momento la posibilidad de desobedecer a Jesús, viviendo entregada ente- ramente a su voluntad. Otro día de gran función, entre las personas devotas de la iglesia, se notaban algunas niñas demasiadas modistas. Está dicho que Margarita era la modestia misma. Recayó nuestra conver- sación espiritual sobre lo que se ofende a Dios con extravagancia de modas en el templo, Mar- garita dijo: “Aunque quisiera yo, no podría ves- “ tir así: Yo tengo mi modita: vestir según la “ voluntad de Jesús... me parece mucho más “ elegante... y aristocrático...” Advertimos, que a nuestra joven la repugnaba emplear este término, adjudicándose su significa- do. Creía que aún la palabra misma sabía a or- gullo, Cuando en algunas conferencias hacíamos alusión a la aristocracia de las almas, decía ella: “Eso sí que puede ser bello”. Tenía de la santidad un concepto altísimo y amaba entrañablemente todo lo que tenía vislum- bres de gran virtud. En cierta conferencia íntima se nos ocurrió decir que para ser santo hay que hacer cosas de santos. Ella nos atajó: “Entonces yo nunca podré ser santa porque soy muy pequeñita de alma y las cosas extraordinarias no me pueden venir al talle”.

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