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FLOR DE AZUCENA 39 Madres a las que gusta la libertad y se solazan más que en el cumplimiento de sus sagrados de- beres en la lectura de revisteros pornográficos y poetas que cantan a la carne embrutecida en yersos inmundos del jazz, no pueden formar otra cosa. que hijas, que en el refinamiento de una perversión intelectual, gustan de sondear miste- rios del amor en conversaciones y libros, buscan- do, como un deleite, el escalofrio de tragedias pa- sionales y las sensaciones de vértigo. En semejantes madres e hijas no puede flor2- cer al calor de la fe, la azucena aromosa de la castidad... Ha muerto mucho antes que la integridad del cuerpo la integridad del alma. No hay tallo ui jugo de flores blancas. Las ideas que han recogi- do en sus lecturas son inquietantes como esas hormigas negras que a veces pululan por casa. Las dudas como aves agoreras e infaustas se apoderan del cerebro descompuesto por el es- fuerzo destructor de ilusiones, y aun que no to- das, las de esa cofradía mundana suelen ser neu- róticas y desconcertantes como la Hedda Gabler creación del dramaturgo noruego, que ellas ha- brán leído muchas veces; sin embargo, en todas más o menos juega el amor, o ellas juegan con él, y en aquellos juegos pierden toda la virgini- dad de sus ideas y de sus almas. Semejantes madres e hijas gustan de un ins- tinto de independencia y rebeldía que llega a su-

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