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ó ; E | á dd w FLOR DE AZUCENA 25 Tenía Margarita 17 años. Sus primas, las hi- jas de los Condes de Cedeira (creemos ser este el título que llevan), sin dejar su buena cultura religiosa, lucían en la sociedad. Margarita sólo frecuentaba los Sagrarios, en unión constante de su madre; apenas acudían a visitas de socie- dad... aunque nunca faltasen a los deberes esenciales de la vida... “¿No te da envidia, le dijimos, esa vida de agasajos y de reuniones de la alta sociedad donde brillan tus primas ?” Margarita siempre cariñosa y dulce nos con- testó: “ellas son muy buenas niñas, yo las quiero mucho, pero para mí no hay sociedad como la de los ángeles que rodean el Sagrario”. Muchos reparos ponían ciertas señoras de abo- lengo al método educativo que se empleaba con Margarita; pero era el único que utilizaron las grandes madres apostólicas para hacer santas a sus hijas. ¿Qué no concordaba con el pensamiento del múndo? Esto tenía sin cuidado tanto a la madre como a la hija. Sin embargo, la prudencia divina que se revelaba en esta conducta, era maravillosa. No podía menos de llamar la atención y cau- sar extrañeza amable a los que sabían pensar con cordura. Margarita era siempre la niña buscada y mi- mada

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