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FLOR DE AZUCENA 17 El gran tesoro encontró su joyel. La divina hostia se vió en el pecho de Mar- garita como en un viril regalado. Recordemos una anécdota. Era el día del Sagrado Corazón de 1906. Una niña cuyo nombre quisiéramos precisar y no acertamos, había practicado su primera comu- nión en el Convento de Capuchinos de Vigo; Margarita como siempre atenta a la misa, obser- vó la ceremonia y vió a la niñita acudir fervorosa y devota, en medio de un gran recogimiento, al altar. A poco de la ceremonia se acercaba al confe- sonario y nos decía: “Puede haber dicha mayor que la de esa niña, Padre mío? Recuerdo todavía, aquella mi pequeña, grande comunión : mejor que ella no haré otra. No conocía como ahora a Je- sús; pero él me amaba acaso más que ahora. Cuando le tuve en mi alma, se me figuró que to- da la corte del cielo descendía detrás de Jesús a adorarle en mi corazón...” A esta guisa nos estuvo hablando un buen ra- to... al fin terminó su efusión con este delirio : yo quisiera volver a mis ocho años para tornar a hacer la primera comunión”. Ya no sería la primera, la objeté, Lo mismo da, con tal de que fuera como aquella A los pocos meses de este coloquio, allá en el mes de agosto del mismo año escribía:
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