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240 ASÍ MUEREN la vió con regocijo ingenuo: esperó verse ella arriba con su Esposito. Eran las bodas de luz y de gloria a que era llamada. : Ella sabía de amores, de correspondencias; co- noció el modo generoso y divino como obra Jesús. Por eso lo recibió por vez postrera en un arroba- miento de unión mística. “Mi amado para mi y yo para mi amado.” Seguramente recordó entonces la estrofa tere- siana que tantas veces repetía: “Véante mis ojos, dulce Jesús mío. Véante mis ojos, muérame yo luego. Vea quien quisiere rosas y jazmines, que si yo te viere veré mil jardines.” El viático fué el paso franco y seguro para trasponer las fronteras de la vida. Jesús venía al encuentro de ella; pero ella ya era de Jesús. Un coro de celestiales mensajeros acudirían a su cabecera. Los ojos humanos nada verían... pero los ojos de Margarita se habían extasiado. Se habían agotado para la luz material y queda- ron diáfanos para la luz divina.

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