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f FLOR DE AZUCENA 237 Como por otra parte el amor hace ver exce- lencias, a medida que crecía en amor, acrecía su admiración por Jesús cuyas perfecciones más y más se le iban declarando. Por eso escribe su piadosa madre que en sus últimos tiempos estaba Margarita como en- diosada. Era la madurez espiritual. Así había llegado al fin del año 1918 cuya úl- tima estrella al apagarse en el cielo lloró sobre esta “flor de azucena” una lágrima de piedad. El día 31 de diciembre tenía 40 grados de fiebre, la flor se agostaba. Pocos días después Margarita María decía a su madre: Mamá, me muero ¿me perdonas? Realmente aquella bella existencia se extinguía, Pero como la lámpara del amor, todavía ha de destellar sus últimos resplandores con los que va a probar cómo se muere en la paz cuando se ha vivido en el amor. Tenía costumbre de empezar el Año Nuevo ante el Santísimo. Al comenzar el año 1919 se incorporó en la cama para saludar al nuevo sol. Permaneció en oración hasta las 12. “Mamá ¿me perdonas?” Era uno de los humildes destellos de aquel es- piritu seráfico. Nunca recibió su madre ofensa mi desobediencia ni molestia de ninguna clase de aquella privilegiada criatura. Amó entrañable- mente a su querida mamá y jamás consintió se- pararse de ella.

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